11 enero, 2011

Del sometimiento y la sumisión a la autonomía




Desde la perfecta casada hasta la autonomía, pasando por el ángel del hogar, han transcurrido siglos. Cientos de años de lucha y altas voces que reclamaban una libertad que hoy, en ocasiones, todavía se pone en entredicho.




Actualmente, los Derechos Fundamentales se recogen en el capítulo II de nuestra Constitución entre los artículos 14 y 29 y son derechos reconocidos para toda persona natural o física, pero no siempre ha sido así. Si nos remontamos al comienzo de la Revolución Francesa, y sobre todo, a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano publicada en 1789 ya se ven las primeras diferencias. En ella se atiende al sexo masculino, pero en ningún caso se reconocen, en sus títulos, la igualdad de los derechos presentes para las mujeres. Es por esto que en 1791, surge la necesidad de crear una nueva declaración referida a la mujer concretamente, de tal forma que nacerá la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Este mismo año tendrá lugar, además, la publicación de la primera Constitución liberal de la Historia, la Constitución Francesa de 1791, cuyos principios no distan, a penas, de los recogidos en la Constitución española de 1978.

Pero esto no hará que la mujer tenga más protagonismo a partir de este momento y por ello partiré de la idea de considerar la existencia de una Universalización de los Derechos de Ciudadanía que no supondrá más que una quimera para las mujeres de la época, puesto que son sinónimo de imaginaciones que, en ningún caso, llegaban a ser verídicas ya que la mayor parte de la población quedaba excluída de esta libertad política. A simple vista, teóricos detalles que pueden parecer minúsculos pero que desembocarán en una realidad más compleja.

La "perfecta casada" será el primer modelo que predominará durante el siglo XVII. Fray Luis de León se referirá a éste en su ensayo titulado de la misma forma, el cual tuvo una enorme repercusión. Y no es para menos, ya que se basa, en lo que hoy podemos calificar como, un conjunto de críticas destructivas hacia la figura femenina. Se refiere a “la perfecta casada” como aquella mujer débil, que puede llegar a ejercer un efecto contaminante sobre el hombre, torpe, sin capacidad física o intelectual y un ser limitado a un espacio físico (el hogar), sin ningún valor de ningún tipo. Debía, además, hacer lo posible para incrementar el patrimonio del marido y por tanto era necesaria para el trabajo, para que éste resultase eficaz; pero , en ningún caso, recibía mérito alguno.

“Como son los hombres para lo público, así las mujeres para el encerramiento; y como es de los hombres el hablar y el salir a la luz, así de ellas el encerrarse y encubrirse”, Fray Luis de León. Con estas líneas, cualquiera puede apreciar el concepto que se mantiene en el siglo XVII del sexo femenino.

No mucho dista este pensamiento del que se mantiene en el siglo XVIII. Durante estos años la familia se construye a través de supuestos morales, ideológicos y sobre todo religiosos ya que la Iglesia es uno de los principales pilares que modulan la conciencia de la ciudadanía. La mujer, debe ser generosa y servir al hombre y a toda su familia para asegurar la integridad de ésta, por lo que al igual que en el siglo anterior, el papel de la mujer, en cuanto a autoridad y libertad, sigue siendo nulo, tal y cómo recoge Cantero Rosales en su estudios sobre la mujer en la Universidad de Granada, al referirse a "La Familia Regulada" de Fray Antonio Arbiol.


Siguiendo la línea del estudio de Mª Ángeles Cantero Rosales, también señalaré la idea de Rousseau en "El Pacto Social" donde mantiene la inferioridad del sexo femenino respecto al masculino. Si algo caracteriza a las mujeres es su sometimiento al hombre y esto, para este autor, proviene de la propia naturaleza puesto que siempre estará por arriba aquellos que sean "más fuertes".


Así, llegamos a la idea de "ángel del hogar". La mujer será esa figura angelical de las relaciones domésticas creándose y estableciéndose un nuevo modelo de sumisión y una nueva identidad femenina. Esta nueva identidad la forman, por un lado, una imagen moral y social de la maternidad, y por otro lado, una imagen de la mujer oradora. Pero, salvo excepciones, "la imagen femenina que se difundió en las obras literarias del siglo XIX fue la de ángel del hogar respaldada por un gran sistema patriarcal de valores cuyo objetivo final era la conservación de la familia", como asegura Cantero Rosales. Entonces es cuando empiezan a escucharse las voces de aquellas que reivindicaban un lugar propio y una autonomía.

Por ello, se puede concluir que hasta el último tercio del siglo XIX y principios del XX , cuando se empieza a demandar mano de obra femenina, comienza a apreciarse un cierto aire de autonomía y se produce la entrada de la mujer en el ámbito laboral, siempre se mantuvo, tan sólo, la existencia de la mujer como un ser sumiso, sometido y arraigado al hombre. Un ser nulo que no era capaz de compatibilizar las tareas del hogar con el desarrollo de la inteligencia y el cultivo de ésta; cosa que el tiempo, poco a poco, se ha encargado de desmentir.

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